Siete ingredientes para ayudar a nuestros hijos e hijas a tolerar la frustración
Mucho se habla hoy de que los niños, niñas y jóvenes cada vez toleran menos la frustración, así como de la importancia que esta capacidad tiene para sus vidas. Sin embargo, cuando nos planteamos cómo podemos ayudar a nuestros hijos e hijas a entrenar esto, es muy posible que no sepamos por dónde empezar. Tal vez, ni siquiera todos compartamos la misma idea de lo que esto significa.
La frustración es la rabia que sentimos cuando no conseguimos lo que queremos.
A veces, la frustración va acompañada de tristeza, abatimiento y dolor.
Tolerar la frustración no significa no frustrarse. La frustración y el enfado, son muy útiles cuando fracasamos si sabemos orientarlo bien. Nuestra rabia nos puede dar la energía que necesitamos para reponernos y volver a empezar de nuevo. Piensa en las veces que, desde tu enfado, has conseguido lo que te proponías. Sin embargo, cuando la rabia nos atrapa y no nos deja avanzar e incluso daña nuestra autoestima empujándonos a abandonar, la frustración no nos está beneficiando. Tampoco es útil cuando nos desborda, nos hace explotar y crea conflictos con otras personas. Por eso, necesitamos aprender a tolerarla, pero no a evitarla.
Las personas que no sienten frustración cuando fracasan no tienen por qué ser las que más metas logran. Es más, si alguien no se enfada cuando fracasa, es posible que no estuviese muy motivada hacia la meta, por lo que probablemente acabe abandonando. Si me da igual fallar, también me da igual conseguirlo. Por eso, no debemos negar la frustración cuando aparece. Es bienvenida porque nos está diciendo cuánto nos importa la meta que queremos conseguir. Solo hay que saber orientarla de nuevo para que no nos limite. Eso es tolerar la frustración.
Cuando desarrollamos nuestra inteligencia emocional, desarrollamos habilidades que nos permiten identificar lo que sentimos y, además, somos capaces de gestionar y regular la intensidad de las emociones, para que podamos tomar decisiones de manera razonada y no impulsiva.
Tolerar la frustración implica que acepto que puedo enfadarme, doy la bienvenida a la emoción, aunque sea desagradable, y la valido. Si algo me ha salido mal, ¿tengo derecho a enfadarme (conmigo, con los materiales, con el mundo)? Pues claro que sí, pero no tengo derecho ni es constructivo hacer daño a nadie por ello, ni romper cosas, ni lanzarme mensajes autodestructivos… A veces, será necesario tomarse una pausa, para recuperar la calma y volver a retomarlo cuando nos hayamos repuesto.
Cuando la frustración va acompañada de tristeza y dolor, es más difícil salir de ella porque la reacción emocional es diferente. Cuando hay rabia, hay una liberación de energía que, como hemos dicho, podemos reconducir para persistir en la meta una vez la hemos canalizado.
Cuando hay tristeza, hay abatimiento y desmotivación y, por tanto, puede ir acompañada de sentimientos de inutilidad, culpa e impotencia. En este caso, es necesario encontrar la motivación necesaria para poder retomar y tolerar la frustración, que requerirá algo más que querer hacerlo en muchos casos. Ingredientes para ayudar a tolerar la frustración:
Para ayudar a nuestros hijos e hijas a que aprendan a tolerar la frustración, que se siente al fracasar, y sean capaces de persistir en sus metas, podemos acompañarlos con pequeñas acciones cotidianas.
Algunas ideas son:
Transmite la idea de que no somos perfectos. Es importante reconocer que todos tenemos limitaciones, debilidades y que no vamos a poder conseguir todo lo que queramos a la primera. Igual de importante que es conocer nuestras fortalezas, lo es reconocer nuestras debilidades. Si aceptamos que fracasar y fallar forma parte del proceso, lo afrontaremos de un modo más positivo. Somos sus modelos por lo que no ocultarles nuestros propios fracasos, les ayudará a incorporarlo en su modo de entender la vida.
Ayúdales a que sean realistas. Será fundamental reconocer que las cosas no siempre son como nos gustarían y que hay variables que se escapan de nuestro control. Eso no significa no ser optimistas. Ser optimistas implica tener confianza en que las cosas pueden salir bien. Implica centrarnos en el aquí y el ahora, mirando al futuro y tomando el control de las cosas en las que podemos influir. Implica también no recrearnos en el pasado ni en las cosas en las que no tenemos ninguna influencia. Es nuestra misión ayudar a nuestros hijos e hijas a aceptar la realidad y mirarla con optimismo.
Ofrece tu apoyo y refuerza que lo busquen cuando lo necesiten. A veces, cuando nos sentimos frustrados, necesitamos que otros nos den aliento, nos ayuden a enfocarnos de nuevo, nos den apoyo emocional o aporten nuevas ideas en el proceso. Por eso, es importante acompañar a nuestros hijos e hijas cuando se sienten frustrados, dando soporte emocional y alentándolos; animándolos a que pidan ayuda cuando lo necesitan y a que cuiden su red de apoyo social, tanto en el hogar como fuera de ella.
Sé flexible con los retos. Ayudar a que nuestros hijos e hijas se planteen retos y piensen cómo y cuándo conseguirlos, es positivo; pero también alentarlos a que sean flexibles en ello. Si estamos abiertos a dedicar más tiempo del previsto o a hacerlo de un modo diferente, toleraremos mucho mejor la frustración.
Ajusta las expectativas. Esto implica saber lo que podemos esperar de nosotros y nosotras para mantener el equilibrio y poder ser realistas sin perder el optimismo. En ocasiones, la sobreexigencia o la falta de habilidades en ese momento, no nos permitirá cumplir nuestros objetivos tal y como los hemos previsto. Por eso, es necesario ir ajustando nuestras expectativas a medida que vamos avanzando. Si la meta que se han propuesto es difícil, podemos ayudarles a que la descompongan en pasos más pequeños que puedan alcanzar con más facilidad; si necesitan de nuevas capacidades o estrategias, podemos ayudarles a que descubrar cuáles son y ayudarles a capacitarse más.
Destaca lo que podemos aprender de los errores. Supone aprovechar la oportunidad que nos brindan nuestras equivocaciones, para entrenar nuestras habilidades, pensar de otra manera, ser creativos…, y, en definitiva, asumir que, sin errores, no hay aprendizaje ni desarrollo.
No tengas miedo a que se frustren. En muchas ocasiones, tememos que lo pasen mal y para evitarlo, les sobreprotegemos, les damos todos sus caprichos, cedemos ante todos sus deseos…, sin darnos cuenta de que les estamos quitando oportunidades para que entrenen su tolerancia a la frustración. El amor incondicional debe ser el 50% de los ingredientes en la crianza, pero los límites deben ser el otro 50%. Por eso, cuando les decimos que no a algo que desean pero que no necesitan, que consideramos por la razón que sea que no es adecuado y por eso se frustran, les estamos dando oportunidades para entrenar su tolerancia a la frustración. Cuando les pedimos que elijan algo, teniendo que renunciar así a todo lo demás, les estamos ofreciendo también oportunidades. Cuando les dejamos que se enfrenten a una dificultad y les alentamos a que persistan, sin hacer por ellos y sin ponernos en medio, les estamos dando nuevas oportunidades.
Por todo ello, es fundamental acompañarlos en su frustración, desde pequeños, para que vayan entrenando su capacidad para regular sus emociones, ya que evitar estas situaciones, no les ayuda en nada.
Como adultos, somos su mejor ejemplo de cómo podemos afrontar las cosas que nos frustran, de cómo nos reponemos de nuestras equivocaciones, de cómo persistimos en nuestras metas…
Para educar y acompañar de manera positiva a nuestros hijos e hijas, necesitamos hacer un trabajo personal para ser conscientes de nuestras propias competencias y habilidades.
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